Urbe et Ius

30 años de democracia
por Juan Sebastián De Stéfano

El 30 de octubre de 1983 fue una jornada colmada de expectativas, en la que el pueblo argentino quizás sin saberlo, decidía que se iniciara una nueva etapa de la historia. Aquel día la Argentina eligió a Raúl Alfonsín para terminar con las sucesivas dictaduras del siglo XX.

Con avances y retrocesos, con esperanzas y desilusiones, aún cuando pareciera nunca terminar el proceso de consolidación, hace 30 años que vivimos en democracia. Difícil resulta recrear las expectativas de aquellos días, luego de 50 años marcados por la inestabilidad institucional de violentos golpes de estado.

La consolidación de la democracia es un logro colectivo importantísimo, que probablemente no sea valorado en su real dimensión porque hoy nuestro país cuenta con un sistema político que puede ser cuestionado en sus formas, pero no en el fondo.

Muy diversas fueron las circunstancias que los gobiernos elegidos por el pueblo debieron atravesar en estos 30 años. Aquellos primeros años estuvieron signados por la valentía y la incertidumbre de no saber con certeza hasta dónde se podía llegar en la tarea de restitución de los derechos sociales, especialmente en relación a los derechos humanos tan vulnerados durante la última dictadura.

El gobierno de Alfonsín fue un capítulo de estos 30 años, pero fundamental para que hoy vivamos con una democracia consolidada.

La historia argentina se ha caracterizado por enfrentamientos irreconciliables desde sus orígenes, y ha transitado el siglo XX de la misma manera. Alfonsín entendió que esta era una cuestión central para la consolidación de la democracia en la Argentina, y sin resignar identidad ideológica hizo un gran esfuerzo para promover valores que puedan ser aceptados por todos los argentinos más allá de los sectores políticos a los que pertenezcan: la vigencia de los derechos humanos , la ética de la solidaridad, la vigencia del estado de derecho, y la firme convicción de que las instituciones democráticas deben sobrevivir a los gobernantes superando cualquier personalismo.

En 1982 la crisis económica y la derrota en Malvinas, había debilitado al gobierno militar pero la estructura política golpista estaba intacta. El desafío entonces era lograr a partir de la convivencia democrática, la construcción de las nuevas instituciones de la democracia capaces de procesar los conflictos de manera pacífica.

El desafío parecía enorme, estaba finalizando un gobierno de facto pero con el antecedente de medio siglo de inestabilidad institucional, por lo tanto en ese momento no estaba tan claro que los argentinos fuéramos capaces de cambiar la historia. En 1983, el principal desafío era lograr que se realicen las elecciones en 1989, y esa efectivamente fue una conquista institucional de enorme importancia, que iba a significar un cambio en la cultura política argentina.

En 1989, se realizaban las elecciones, se traspasaba el mando a otro presidente elegido por el pueblo. La Argentina había cambiado y aunque la atención estuviera puesta en las enormes dificultades económicas y políticas, el logro era enorme a la luz de la historia del siglo xx.

En estos años diversas han sido las decisiones que tomó el pueblo argentino al elegir a sus gobernantes en los proceso electorales. También diversas las decisiones que tomaron los gobiernos democráticos luego de ser elegidos.

Pero es importante recordar las circunstancias en las que, pueblo y gobernantes, toman decisiones, analizando con honestidad intelectual y poniendo en contexto histórico las medidas tomadas.

Antes de llegar al gobierno Alfonsín luchaba contra la dictadura militar, contra la burocracia sindical, contra los partidos políticos que acordaban con la dictadura no derogar la ley de amnistía a la violación de los derechos humanos. Esta pelea fue la marca que lo distinguió de anteriores procesos democráticos: el fin de la impunidad.

Quizás hoy seamos víctimas de una memoria selectiva que tiene más presente el punto final y la obediencia debida que la CONADEP y el juicio a las juntas en los años 1983 y 1984.

Otro capítulo aparte merece el análisis de las dificultades del contexto internacional, la crisis de la deuda y otras numerosas circunstancias terriblemente adversas que tuvo que sortear el gobierno que reinauguraba la democracia que hoy podemos celebrar.

Pero más allá de las urgencias coyunturales la agenda que planteaba Raúl Alfonsín pensaba en el futuro de la Argentina.

En los primeros años de la democracia era necesario trabajar en la restitución de las condiciones para afianzar los valores emergentes de solidaridad y tolerancia dañados durante la dictadura, pero indispensables para desarrollar un proceso de participación que se transformara en una práctica democrática cotidiana. La sociedad argentina debía recuperar la capacidad de construcción de consensos para los temas centrales.

Por eso hubo iniciativas como el Consejo para la Consolidación de la Democracia que estuvo integrado por personalidades de enorme relevancia intelectual y diversidad de opinión. El decreto de creación de este consejo expresa "que es necesario y perentorio encarar un proyecto de consolidación del régimen republicano y democrático tendiente a la modernización de la sociedad argentina, fundado en la ética de la solidaridad y en la amplia participación de la ciudadanía". Un organismo poco recordado pero que resumía la concepción de democracia signada por los valores de la pluralidad, la participación y la solidaridad.

Alfonsín entendió que la argentina tiene una organización federal pero una administración unitaria y quiso llevar el centro político a Viedma.

También marcó un camino, en 1985 a través de la Convocatoria a la Convergencia Democrática (más conocido como Discurso de Parque Norte) donde propone un trípode fundamental para la acción política integrado por la democracia participativa, la ética de la solidaridad y la modernización.

La democracia participativa, que no se contrapone con la democracia formal sino que permite ampliar los espacios de libertad y relación entre las personas, ampliar los canales de participación.

La ética de la solidaridad es un concepto para resolver de manera equitativa los conflictos de intereses y nos conduce a observar la sociedad en la que vivimos desde el punto de vista de quien está en desventaja en la distribución de capacidades y recursos materiales.

La modernización orientada al bienestar general, articulada con la democracia participativa y la ética de la solidaridad, no desde una perspectiva eficientista.

30 años después, aún con la democracia consolidada, sería bueno tomar esas herramientas de acción para concretar los postulados de aquel rezo laico consagrado en la Constitución Nacional, porque sigue siendo necesario constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior y, sobre todo, promover el bienestar general.

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